Puntos Clave
- En 2025, festivales del Día de Muertos registraron asistencias récord en Mankato, Minneapolis, Chicago y Los Ángeles.
- El festival de Mankato creció hasta unas 12,000 personas pese a rumores en redes sobre operativos migratorios.
- Organizadores reforzaron seguridad: puntos de entrada/salida, iluminación y voluntarios, subrayando la naturaleza familiar y cultural del evento.
(MINNEAPOLIS) En un año marcado por temores crecientes a operativos de inmigración, las comunidades latinas de Estados Unidos celebraron el Día de Muertos con grandes y festivas congregaciones que buscaban conservar su identidad cultural ante la ansiedad de las autoridades. A pesar de los rumores y la expectación de una represión migratoria, los eventos en ciudades como Minneapolis, Mankato, Chicago, Los Ángeles, San Antonio y San Francisco registraron asistencias récord y un ánimo que muchos describen como de dignidad y resiliencia. En Minneapolis, por ejemplo, más de 100 personas siguieron a bailarines aztecas a través de un arco de papel picado hacia El Colegio High School, un centro educativo bilingüe que albergó una ofrenda monumental para los fallecidos y donde la conmemoración se vivió como un acto de comunión entre generaciones.

Daniela Rosales, estudiante de último año en ese instituto, habló con claridad sobre el significado de la jornada:
“It’s … a way of greeting our ancestors into our homes, back into our lives, even if they’re like not here physically, but spiritually. It’s a way of just having the community come all together and knowing that in some way they might feel safe.”
Sus palabras, conservadas tal como aparecen en el recuento de la cobertura, reflejan una lectura que va más allá de la emoción: una estrategia para sostener la memoria y la red comunitaria cuando la incertidumbre legal parece amenazar la vida cotidiana de familias enteras.
En Mankato, Minnesota, el festival del Día de Muertos, cofundado por Justin Ek, ha pasado en menos de una década de un encuentro modesto en un estacionamiento a un evento que, en 2025, reunió aproximadamente 12,000 personas. Ek no disimula la magnitud del cambio:
“We decided we can’t cave. Our cultural celebrations are what we need to fill our souls for what’s to come.”
Sus palabras se entrelazan con otra declaración de la misma jornada, atribuida a Luis Alberto Orozco, quien este año fungió como maestro de ceremonias y describió el ambiente de manera que se lee como una afirmación de la vida frente al miedo:
“It’s remembering people who passed on positively because they would want us to remember them happy … and making ourselves feel they’re with us.”
Orozco agregó otro matiz contundente ante las inquietudes generadas por las redadas de migración:
“We decided we were not going to be afraid. It was important for us to keep our faith. Once I got to the event and saw all the people smile, all the fears went away.”
La narrativa de Chicago añadió una dimensión institucional a la celebración: la instalación del Día de Muertos en el National Museum of Mexican Art, que se vio acompañada de una amplia presencia de público y de iniciativas para ampliar el alcance de la festividad. Lisa Noce, quien participó en la creación de la instalación, comentó con sinceridad:
“I’m very thankful that it turned out that way,”
reflejando la sorpresa y el alivio ante una respuesta que superó las expectativas. En la ciudad, la confluencia de escenario interior y exterior se hizo visible en la programación variada que incluyó actividades de la colección y murales, junto con una versión más íntima del ritual de ofrenda que muchos llevan a casa, con dulces, fotos de familiares y recuerdos personales.
La región de Los Ángeles llevó la conmemoración a una escala notable y compleja, con activistas organizando vigilias de oración que integraron tradiciones de distintas corrientes religiosas para honrar a migrantes fallecidos en detención. En este marco, Rev. Jennifer Gutierrez ofreció una reflexión que se convirtió en una síntesis de la jornada:
“There’s pretty high anxiety. But also an atmosphere of coming together to help each other.”
Sus palabras describen una comunidad que, frente a la presión de la política migratoria, privilegia la solidaridad y la práctica espiritual como methods de sostén y de resistencia cultural.
Más allá de las grandes ciudades, el Día de Muertos mostró su vitalidad en otros polos culturales y geográficos. En la escena de San Antonio y San Francisco, el Día de Muertos arropó festivales que se extendieron por varios días y que congregaron a familias, artistas y comunidades comunitarias en un mosaico de ofrendas, cantos, danzas y exposiciones de arte que celebran la memoria de los ausentes y, al mismo tiempo, subrayan una identidad que persiste pese a las tensiones políticas. En Los Ángeles, por ejemplo, el Hollywood Forever Cemetery acogió una de las celebraciones más grandes, con más de 100 altares levantados, bailarines rituales aztecas y exposiciones de arte que se fundían con la música local y las voces de jóvenes que hablan de migración y de derechos humanos.
A nivel descriptivo, las imágenes de estos eventos no dejan lugar a la ambigüedad: azteca dancers, música en vivo, decenas de Catrinas de papel maché, criaturas fantásticas llamadas alebrijes y altares comunitarios que se extendían por pasillos, patios y plazas. Los ofrendas exhibían comida, bebidas y pasatiempos favoritos de los fallecidos, todo iluminado por velas y rodeado de flores de cempasúchil que guían a las almas hacia el mundo de los vivos. Este conjunto de elementos no solo rememora a quienes ya no están; también funciona como una manifestación de identidad en un entorno político que, en múltiples ciudades, ha reforzado la percepción de que las comunidades migrantes viven entre el temor y la dignidad.
El fenómeno de asistencia récord no se limitó a cifras astronómicas: también se tradujo en una demostración de resiliencia social y de una voluntad de mantener viva la tradición, incluso cuando operativos de inmigración y la retórica política persisten en sembrar incertidumbre. En Minneapolis, la confluencia entre tradición y comunidad escolar dejó una escena particularmente significativa: más de 100 personas participaron en un programa que fusionó la experiencia de la escuela con el deseo de reforzar los lazos entre estudiantes y familias, un fenómeno que algunos observadores describen como una forma de “resiliencia espiritual” y “orgullo comunitario”.
El enfoque desde los organizadores fue explícito: estas celebraciones no son solo un acto de memoria sino también una respuesta cultural a un clima de miedo que, de otro modo, podría erosionar la cohesión social. En palabras de los propios protagonistas, la violencia simbólica de un límite migratorio más tenso se transformó en un impulso para reforzar la comunidad, para sostener tradiciones que trazan la línea entre la memoria y la acción. En Mankato, la mirada de los organizadores hacia el futuro se enmarca en una declaración de propósito:
“Nuestros celebraciones culturales son lo que necesitamos para llenar nuestras almas para lo que está por venir.”
La cobertura de estas celebraciones recalca una diversidad de enfoques y de experiencias. En Chicago, además de la muestra colectiva, la presencia de una versión doméstica del ritual, con una ofrenda más íntima en hogares y comunidades, subraya cómo el Día de Muertos funciona como un punto de convergencia entre lo público y lo privado, entre lo ritual y lo cotidiano. En Los Ángeles, la confluencia de tradiciones religiosas—budista, judía y protestante—en un momento de oración conjunto para migrantes detenidos añade una capa de dimensión política a la celebración, recordando que la memoria de los que partieron a menudo se convierte en una denuncia de las condiciones que permiten esas pérdidas.
El conjunto de estas historias también aporta un perfil humano muy concreto de las personas que participan en el Día de Muertos en 2025. En Minneapolis, la experiencia de Daniela Rosales y la relación de la escuela con la comunidad local reflejan una interacción entre educación, cultura y fe que para muchos jóvenes es una forma de decir que el miedo no ganará terreno en su vida diaria. En Mankato, la figura de Justin Ek funciona no solo como organizador sino como símbolo de una comunidad que ha decidido no ceder ante la presión externa, una actitud que se extiende a través de su promesa de honor a lo perdido y a lo que se reconstruye con cada nuevo año de celebración. Y, en Chicago y Los Ángeles, la presencia de figuras religiosas y culturales que articulan un discurso de unión, memoria y derechos recuerda que estas festividades no son meramente festivas: son, para muchos, una forma de ciudadanía cultural.
La resonancia de estas celebraciones trasciende el aspecto festivo. El Día de Muertos funciona como una plataforma para la memoria de migrantes que han cruzado fronteras en condiciones peligrosas, así como para las víctimas de violencia y para otros grupos marginados que funding las comunidades. Este uso político y social del altar y la ofrenda demuestra que el Día de Muertos no es un ritual aislado, sino un espacio en el que la multitud de experiencias migratorias se entrelaza con la vida comunitaria para exigir reconocimiento, dignidad y protección.
En términos de impacto humano, los organizadores señalan que la experiencia de 2025 será recordada como un año de asistencia récord, de un público amplio que demuestra que las comunidades latinas pueden mantener sus tradiciones vivas incluso cuando el entorno político y la cobertura mediática centrada en el miedo conducen a una narrativa de tensión. El balance que emergió de las entrevistas y las observaciones de campo apunta a una realidad compleja: la crisis migratoria no ha borrado la memoria ni la capacidad de las comunidades para celebrar y sostenerse mutuamente. Al contrario, las celebraciones del Día de Muertos se convirtieron en un acto de resistencia cultural y de afirmación de identidad en medio de incertidumbre.
La lista de lugares y eventos, con sus particularidades, ofrece un mapa humano de esta respuesta comunitaria. En Minneapolis, El Colegio High School se convirtió en un escenario de encuentro donde las ofrendas y las velas iluminaban la memoria de quienes ya no están, al tiempo que permitían a los jóvenes estudiantes entender su herencia como un activo social y emocional. En Mankato, el festival de 2025 exhibió una magnitud que solo se ha visto en años recientes, subrayando una demanda de espacios de celebración que también funcionan como recordatorios de la historia compartida y de la pérdida que comparten las familias migrantes. Chicago, con su colección en el National Museum of Mexican Art y el evento paralelo Love Never Dies Ball, mostró una versatilidad que va desde la contemplación íntima hasta la experiencia pública de gran escala, con entradas como 125 dólares que permiten financiar la continuidad de la programación y la expansión de las ofertas para la comunidad.
Los reportes también mencionan la importancia de que estas expresiones culturales se sostengan en un entorno de creciente presión. En la conversación pública, hay una marcada insistencia en que la cultura no se negocia ante la amenaza de operativos de inmigración ni ante la desinformación que circula en redes sociales. Más bien, estas fiestas se convierten en una forma de protección social: un refugio donde las personas pueden recordar, compartir y sostenerse. Como se ha señalado en varias comunidades, el Día de Muertos es, para muchos, una forma de creer que la vida continúa, incluso cuando la vida legal parece tambalearse.
A nivel de alcance, la cobertura reconoce que estas celebraciones no solo fortalecen el tejido social entre los inmigrantes y sus descendientes, sino que también abren puertas al diálogo con comunidades no hispanas que se suman a la experiencia. Las ceremonias y las exhibiciones funcionan como puentes culturales, permitiendo que personas de diferentes orígenes entiendan mejor el sentido de una tradición que, para los latinos, se ha convertido en una manera de honrar a quienes partieron, pero también de celebrar la vida que continúa, con nuevas generaciones que asumen el compromiso de preservar la memoria y la dignidad de sus familiares.
En definitiva, el Día de Muertos de 2025 no fue un simple retorno a una tradición. Fue una respuesta social compleja a un clima de miedo, un ejercicio de identidad que se ejecutó con una precisión y una emoción que, para muchos, resulta innegable en una nación que se debate entre la necesidad de seguridad y el imperativo de acoger y proteger a su diversidad. En Minneapolis, Mankato, Chicago, Los Ángeles, San Antonio y San Francisco, las comunidades latinas demostraron que el Día de Muertos puede ser un faro de esperanza y una constelación de memorias vivas que iluminan el presente y traman un camino para el futuro. Con cada altar, cada canto, cada danza y cada foto, se encendió una respuesta colectiva que no solo recuerda a los que se fueron, sino que también afirma la continuidad de una vida comunitaria que, pese a los temores, no se rinde.
Aprende Hoy
Día de Muertos → Fiesta tradicional mexicana para honrar a los difuntos mediante altares, ofrendas, flores y rituales de recuerdo.
Ofrendas → Altares con fotos, velas, comida y objetos personales colocados para recordar y honrar a los fallecidos.
Alebrijes → Figuras fantásticas de artesanía popular mexicana, coloridas y frecuentes en desfiles y exposiciones culturales.
Operativos de inmigración → Acciones administrativas de autoridades migratorias para identificar y detener a personas que podrían estar en situación irregular.
Este Artículo en Resumen
En 2025, el Día de Muertos reunió a multitudes en ciudades como Mankato, Minneapolis, Chicago y Los Ángeles pese a la inquietud por operativos migratorios. Los organizadores priorizaron la visibilidad cultural y la seguridad, con entradas controladas, iluminación y voluntarios. Los altares y procesiones unieron homenajes familiares con tributos a migrantes fallecidos, y la respuesta pública fue interpretada como un acto de resiliencia espiritual y orgullo comunitario que movilizó nuevos voluntarios y donantes.
— Por VisaVerge.com
